domingo, 19 de diciembre de 2010

Queridos dieciocho.

Realmente pensé que nunca saldría de aquel lugar, que el centro sería mi maldito hogar siempre. Al recoger mis cosas y quitarme el uniforme de paciente, me encontré con mis únicas ropas, el uniforme de coronel de mi padre. Fred decía que parecía un disfraz y que me quedaba bastante bien. No supe como despedirme de Brandom ni de su hermano, nos veríamos pocos meses después pero a pesar de ello no pude evitar unas lágrimas. Ellos se habían convertido en mis hermanos, llevaba todos una vida con ellos, había pasado mil cosas a su lado, ellos me ayudaron a ser como soy. Cuando salí por aquellas puertas de hierro, detrás de los muros, se encontraba el mundo al que tanto odiaba y en algún lugar de este mi hermana y la supuesta tumba de mi padre. Caminé hasta la ciudad más cercana, buscando a alguien que me ayudara, en especial a una amiga del centro que me dijo que estaría allí, en un parque, el día de mi cumpleaños. La cuestión es que no sabía ni como llegar ni qué hacer.
Nunca me imaginé el mundo exterior con tantos edificios, sólo sabía lo básico de la vida pero nunca me había cruzado con rascacielos tan altos ni nada por el estilo. Llegué a un parque, sin saber a quién buscaba me adentré en una pequeña casa que había dentro. Abandonada, estaba abandonada. Tenía hambre, sed, sueño, cansancio. Llevaba horas caminando, las suelas de las botas de militar estaban desgastadas y el sol pegaba bastante fuerte. Me senté en la silla del escritorio, aburrida, esperando a que alguien me dijera que hacía allí y el porqué. Buscaba a alguien, no sabía a quién y cansada empecé a dar vueltas aburrida. No sabía lo inexperta que era la vida, ni lo poco que sabía, me enseñaron a odiar a la sociedad, al mundo. Como una marioneta, una estúpida marioneta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario